Recientemente se ha estrenado en España la nueva película de Steven Spielberg y Tom Hanks: el puente de los espías ( puedes ver una crítica aquí).
Tom Hanks es un abogado de Brooklyn a quien le encargan la complicada tarea de defender a un acusado de espiar para la Unión Soviética. Son años duros y la gente no ve con buenos ojos que se defienda a un espía. Sin embargo el abogado cree que todo el mundo tiene derecho a un proceso justo, así que acepta el caso. Poco a poco va conociendo y apreciando al acusado.
De toda la película hay una escena que me llamó especialmente la atención. Una escena que se repite unas tres veces en la película.
El espía es un hombre muy tranquilo. Tanto que al abogado le sorprende, y se lo pregunta. Lo puedes ver en el vídeo.
¿Nunca se preocupa? – pregunta el abogado el abogado.
¿Ayudaría?- responde el espía.
Preocuparse no ayuda.
Eso me recuerda un examen de matemáticas que hice hace muchos años. La profesora nos pasó una hoja con las preguntas. Bajo las preguntas había una frase. “Nervios no. ¿Para qué?”.
Sí, sé lo que me vas a decir. Uno no se preocupa porque quiera preocuparse. Uno se preocupa porque no puede evitarlo. Y tienes razón.
Pero el espía y mi profesora de matemáticas también tienen razón. Preocuparse no sirve de nada. Y ser conscientes de ello es el primer paso hacia la liberación. En ocasiones parece como si fuera una obligación estar preocupado en momentos difíciles, como si no estar preocupado fuera ser un inconsciente.
Hay dos tipos de personas que no se preocupan.
El primer tipo es de los inconscientes, los que no consideran las consecuencias de sus actos. El tipo de personas que tienen un hijo a los 16 años porque nunca se pararon a considerar lo que podría pasar por no usar preservativos. El tipo de personas que no se preocupa por aparcar bien porque no le importa que le puedan multar.
El segundo tipo es el de los sabios. Quizá no son sabios en todo, pero son sabios en eso. Son sabios porque se dan cuenta de que preocuparse no va a mejorar las cosas y solo va a empeorarlas.
Entre esos dos grupos estamos todos los demás. Los que pensamos en las consecuencias a largo plazo pero no somos lo suficientemente sabios como para dejar de preocuparnos.
Cómo dejar de preocuparse.
El espía de la película no se preocupa, pero tiene una razón para no hacerlo. No le preocupa la muerte. La había aceptado ya aunque no fuera su opción preferida.
Cuando pierdes el miedo, cuando aceptas la peor consecuencia que pueda producirse, te vuelves invencible. Nadie puede hacerte temer y nada puede preocuparte.
No te estoy pidiendo que no te importe morir. Pero normalmente no te preocupas porque puedas morir. Te preocupas porque te echen del trabajo, porque te deje tu pareja, porque la persona con la que hablas deje de tener interés por ti, porque tu libro no se venda.
Ni siquiera te pido que esas cosas te den igual. Solo te pido que aceptes que pueden ir mal. Si van mal no pasará nada, porque sea como sea el hoyo en el que caigas sabrás salir de él.
Al fin y al cabo el espía tiene toda la razón: preocuparse nunca ayuda.
Me gustó mucho esta parte: “porque sea como sea el hoyo en el que caigas sabrás salir de él”. Tal como se sugiere en todo el artículo, haz las cosas o no las hagas; pero tus lamentos internos no te llevarán a ninguna parte.
Lamentarse es la reacción espontánea pero desde luego no es la mejor.