Recientemente Homominimus escribió un fascinante artículo sobre la meritocracia y lo que creemos que merecemos. Ese artículo me menciona ( gracias Homo Minimus). Así que he considerado necesario hacer una entrada para aclarar en qué estoy de acuerdo con Homo Minimus, que es en casi todo. Y en qué no estoy de acuerdo, que es bastante poco. Esta entrada se lee de manera independiente, pero te recomiendo vivamente la lectura de ese artículo.
Empecemos por el principio.
El hombre y el inconsciente.
Voy a empezar por lo más sencillo. Una persona sola. Esa persona tiene una serie de necesidades ( como muestra la pirámide de Maslow) Esas necesidades son anteriores a su voluntad. Vienen de sus genes. Los genes establecen una determinada estructura de nuestro cuerpo y nuestra mente. De la interacción de esas estructuras genéticas con el entorno surgen nuestras decisiones y nuestro pensamiento. Y los menciono en ese orden, porque ese es el orden en que se suelen producir. Primero decidimos algo y luego nuestra mente lo justifica. Cómo dijo Daniel Werner en la ilusión de la voluntad consciente, creemos que causamos conscientemente nuestros actos, pero solo es una apariencia. Es parecido a lo que ocurre cuando vemos la actuación de un mago y nos parece que el mago ha sacado el conejo de la chistera.
Todo lo que una persona hace y todo lo que una persona piensa está basado en causas inconscientes, generadas por una interacción entre la configuración genética y el entorno. Son dos caminos diferentes, lo que una persona piensa, y lo que hace, pero tanto uno como otro tienen su origen en algo que está fuera del control de nuestra voluntad consciente.
Ese mecanismo inconsciente de actuación está dirigido a satisfacer las necesidades propias de la manera más favorable posible. A esa búsqueda, la podemos llamar búsqueda de la utilidad pero siempre que no perdamos de vista que:
- Es específica de cada persona. Lo que puede ser útil para una persona no lo es para otra.
- No está guiada por la razón, sino por nuestro inconsciente, derivado de la interacción entre genes y entorno. Existen motivos muy complejos para todo lo que hacemos, y no sabemos como conocerlos. Lo más que podemos hacer es inducir reglas en virtud de las decisiones que hemos tomado anteriormente.
- Y no basada en la realidad, sino en nuestra percepción de la realidad. Si yo creo que hay un fuego , reacciono como si hubiera un fuego aunque no lo haya en realidad . Si yo no me doy cuenta de que haya un fuego , reacciono como si no lo hubiera aunque lo haya.
- Para cada acto que realizamos se juzga la utilidad que se genera y la utilidad que se pierde o que se deja de generar.
- La utilidad de cada acto se compara con la utilidad que se podría generar por actos alternativos. Si he de decidir recoger bayas o cazar un mamut, mi inconsciente compara la utilidad que uno y otro acto generarían.
El hombre no actúa normalmente de manera racional. Las causas de la conducta humana son complejas y están escondidas en nuestro inconsciente. Pretender considerar solo un par de circunstancias y tratar de predecir lo que hará un ser humano, es como conocer el día del año y la hora, y tratar de adivinar la temperatura. Puede funcionar en ocasiones, pero la mayor parte de las veces no lo hará. Eso no significa que el individuo se equivoque, significa solamente que no somos capaces de conocer todos los motivos para sus actos. Como tampoco él mismo los conoce.
No estoy hablando solo de economía. Ese mecanismo de actuación es aplicable a todos los campos en los que se mueve el ser humano.
El ser humano y los demás.
Hasta aquí hemos hablado de un solo individuo. Ahora vamos a incluir otros individuos en la ecuación.
El comportamiento de cada individuo en relación con los demás se mueve por los mismos criterios que su comportamiento en general. Cada persona intenta obtener la máxima utilidad posible.
Cuando una persona actua de manera agresiva o violenta con otra, lo hace porque eso le produce una utilidad. Como dice el protagonista en la película “The imitation Game”: “La gente actúa de manera violenta porque se siente bien haciéndolo”. Normalmente la conducta agresiva produce beneficios en sensación de poder o de control.
Incluso cuando una persona hace algo gratuitamente en favor de otra siempre hay una utilidad oculta. Si yo hago una visita gratuita a un museo con un guía y después decido voluntariamente dar una propina, es porque darle la propina me produce una utilidad. Por ejemplo la utilidad de disipar la necesidad de devolver el favor que me ha hecho, y la utilidad de sentir que soy una persona que corresponde los beneficios que se le hacen ( necesidad que está dentro de todos los seres humanos y que tiene la finalidad evolutiva posiblemente de producir nuevos beneficios futuros).
Los sentimientos “puros”: amistad y amor.
Sé que a muchos les va a molestar leer esto. Es demasiado tiempo de condicionamiento escuchando que la amistad y el amor son puros y no se guían por la obtención de un beneficio.
La amistad.
Alguien dijo que la amistad es no llevar la cuenta entre lo que alguien hace por ti y lo que tú haces por él. O algo parecido. En todo caso no es cierto. La amistad no es no llevar la cuenta, la amistad es hacerla cada más tiempo.
Si tú eres amigo de una persona, es porque esa amistad consideras que te produce una utilidad. Percibes que es mejor ser amigo de esa persona que no serlo. En el momento en que los inconvenientes percibidos de esa amistad sean superiores a las ventajas, esa amistad estará muerta.
Recuerda que la utilidad no es un beneficio material sino todo aquello que consideras inconscientemente beneficioso para satisfacer tus necesidades. Ese beneficio puede ser muy diverso: desde los tradicionales ( apoyarte cuando estás mal, prestarte dinero, ayudarte a conseguir tus objetivos) hasta otros más difíciles de admitir ( el prestigio de relacionarnos con alguien con poder, el sentirnos superiores a alguien débil, el sentirnos protegidos).
Yo no creo que no exista la amistad. Al contrario, creo en la amistad, solo que pienso que es más egoísta de lo que esperábamos.
El amor.
Lo siento. El amor no es diferente. El amor no es un sentimiento altruista como se quiere vender, sino el intento de obtener una utilidad. Fundamentalmente la utilidad de tener una pareja con un alto valor genético . Queremos el bien de la otra persona y eso nos hace pensar que es un sentimiento superior. Pero solo queremos ese bien en tanto en cuanto sea con nosotros. ¿Realmente querrías que la persona que amas estuviera con alguien fascinante que le hiciera muy feliz y que hiciera que se olvidara completamente de ti?
Que piense que el amor y la amistad son egoístas no significa que no crea en ellos, y que no sean buenos y deseables. Cualquier alianza se basa en la coincidencia de intereses, y pocas cosas en la vida son tan hermosas como el amor y la amistad. Verlos como son, no significa quitarles su valor. Al contrario. Es idealizarlos lo que hace que la gente piense que no existen. Enrique Jardiel Poncela dijo: “La amistad, como el diluvio universal, es un fenómeno del que todo el mundo habla, pero que nadie ha visto con sus ojos.” Posiblemente tenía un concepto tan puro de la amistad, que no era capaz de reconocer la amistad de verdad cuando le pasaba por delante.
Los ideales.
Intentar cumplir tus ideales no es muy diferente de satisfacer tus necesidades materiales. Es intentar obtener una utilidad también, aunque sea diferente. Me bebo un zumo de naranja porque quiero saciar una necesidad ( la sed). Hago una campaña de defensa de las focas porque quiero satisfacer una necesidad de sentirme noble/útil/consciente de los problemas del mundo. Esa necesidad, al igual que el hambre, está dentro de ti como consecuencia de los genes y el entorno.
Los ideales forman parte de nuestro legado genético. Evolucionaron para favorecer la consecución de nuestros objetivos. El sentido de justicia, por ejemplo, evolucionó para favorecer la cooperación a largo plazo ( ver estudio en fuentes) ¿Y para qué surge la cooperación a largo plazo? Lo has adivinado: para favorecer los fines genéticos de cada individuo. De hecho nuestro sentido de la justicia disminuye misteriosamente cuando somos nosotros los favorecidos ( ver estudio en fuentes).
Se podrá defender que este tipo de actos son distintos en cuanto a sus consecuencias porque favorecen al planeta o a la humanidad, pero en cuanto a su motivación y sus causas son exactamente iguales al resto de los actos humanos. Son un mecanismo establecido por la evolución en nuestras mentes para favorecer el cumplimiento de nuestros fines.
El ser humano y el intercambio.
Muchas de las actuaciones humanas se basan de manera explícita en la contraprestación. A da algo a B para recibir algo de este.
Si A y B están de acuerdo en el intercambio es porque tanto para A como para B la utilidad que consiguen directa e indirectamente con lo que reciben es superior a la utilidad que pierden directa e indirectamente con lo que entregan.
La utilidad que se gana indirectamente en una transacción a veces es más importante que la ganada directamente. Un profesional puede hacerte un trabajo a precio muy bajo con la finalidad de darse a conocer e irse abriendo mercado. Una empresa te puede vender una maquinilla muy barata para que después tengas que comprar sus cuchillas.
Hay que considerar también la utilidad perdida indirecta. Imagina que yo soy un famoso pianista y vendo CDs. La utilidad que pierdo al vender el CD no solo es el valor del disco sobre el que he grabado. Si fuera así, aceptaría vender a cualquier precio que fuera superior al del soporte material y la grabación. Pero hay otras utilidades negativas: por ejemplo habrá ya una persona interesada en mi disco que no necesitará comprarlo, y otras personas que quieran comprar mi disco difícilmente pagarán más ese precio que ha pasado a ser una referencia. Si no consideramos esa utilidad perdida indirectamente no podremos entender porqué los hoteles prefieren muchas veces quedarse una noche con habitaciones vacías antes que venderlas a un precio muy bajo.
La utilidad que se gana y que se pierde depende no solo de lo que se entrega, sino de las circunstancias de quien lo da y quien lo recibe. Imagínate que tengo dos libros físicos idénticos que son imposibles de encontrar, y me quieres comprar uno. Ese libro estaré dispuesto a venderlo por un precio razonable. Al fin y al cabo no lo necesito porque tengo uno igual. Pero una vez que venda ese, seré reacio a vender el segundo libro idéntico salvo que el precio sea muy superior. Porque aunque el libro es igual, la utilidad para mí ha pasado a ser diferente.
Para que el intercambio pueda existir es necesario que exista una zona en que las utilidades de ambas partes coincidan.
Imaginemos que A quiere vender una casa y B quiere comprarla.
A está dispuesto a venderla a 100.000 euros y B está dispuesto a pagar por ella 125.000. Si saben negociar, ninguno de ellos le dirá eso al otro. Pero existe una zona en la que teóricamente es posible llegar a un acuerdo. La zona que va de los 100000 euros a los 125000. Que al final se haga la venta, y el precio por el que se venda, depende de muchas circunstancias. Quizá el vendedor se movió bien y la vende por 120.000. Quizá fue el comprador el más hábil y compro por 100.000. En todo caso, el precio final en que se cierra la operación no es un valor objetivo del bien, sino un precio determinado por las circunstancias dentro de una zona de coincidencias.
El precio y el valor.
El precio de venta no es objetivo y mágico. No indica nada inmutable de la realidad. Entre dos personas en un momento concreto el precio es uno, pero entre esas mismas personas en otro momento, o entre personas diferentes, el precio sería distinto. En el ejemplo anterior si el vendedor no tiene ningún interés en vender la casa, el precio será superior. Si hay más casas parecidas a la venta el precio será inferior.
El precio no indica un valor fijo de la cosa, el precio solo indica dentro de la zona donde se juntan las utilidades, el punto concreto en que se cierra el acuerdo.
Si hay bienes que suelen tener un precio fijo, es porque la estimación de utilidad de vendedor y comprador es estable. Pero bastaría un cambio de las circunstancias para que el precio cambiara radicalmente. Una barra de pan puede costar siempre más o menos lo mismo, pero bastaría que hubiera un problema de abastecimiento para que el precio cambiara. ¿Cambia el valor objetivo de la cosa o cambia la utilidad? Es la utilidad para las partes la que varía.
El coste de producción.
Al igual que el precio no sirve para determinar un valor objetivo, tampoco sirve el coste de producción. La idea de que el valor puede corresponder al coste de producción nos parece sensata. Muchas de las cosas se compran y se venden por un precio que nos parece determinado por lo que cuesta producirlos. En los servicios es evidente. Cuesta más llevar a la lavandería un traje que un calzoncillo, y es más complicado limpiar un traje que limpiar un calzoncillo.
Pero el coste de producción no determina el precio. No influye apenas nada en la utilidad que el producto tiene para el comprador. Pongamos que yo quiero una bicicleta de unas determinadas características y hay una empresa X que la hace a un coste muy bajo y otra empresa Y que la hace a un coste más alto. ¿Estaré dispuesto yo a pagar una cantidad diferente?
El coste de producción influye en el precio al que el vendedor está dispuesto a vender, pero no suele influir en el precio al que el vendedor está dispuesto a comprar.
Te pondré un ejemplo. Estás visitando una hermosa isla en Asia. Hace calor y te apetece una coca cola bien fresquita. Hay dos tiendas. Una de ellas vende la coca cola a un dólar y la otra a tres. En la tienda de la coca cola a tres euros hay un cartel: “Señor comprador, considere que nosotros no tenemos un barco para traer la coca cola a la isla, la traemos con un helicóptero, por eso nuestra coca cola es más cara que la de la tienda de al lado”. ¿Dónde comprarías la coca cola?
El mercado y el comercio justo.
Habrá quien diga que no todo es la utilidad. Que él compra café al llamado “precio justo” a una comunidad de cafeteros. Que es más caro que el del supermercado, y que básicamente el mismo café, pero que lo paga a gusto porque está a favor de eliminar los intermediarios y favorecer a las comunidades indígenas.
En la misma formulación está la respuesta. Lo paga voluntariamente. Y si lo hace es porque el cumplir con esos principios le produce una utilidad. No estoy haciendo juicios morales sino explorando las causas del comportamiento. Por eso no veo mucha diferencia entre que una persona pague más por un producto igual para sentirse mejor por ayudar a otros , o que pague más por el mismo producto porque tenga el producto tenga una etiqueta que le haga sentirse más exclusivo. En uno y otro caso se obtiene una determinada utilidad. Y cualquier utilidad que no produzca un daño a otra persona debe considerarse lícita y admisible.
La remuneración por tu trabajo
Vamos ahora con el tema que planteaba Homominimus en su blog. ¿Mereces algo por haber tenido una formación?
Primero lo voy a abordar desde el punto de vista de las relaciones entre los individuos. ¿Cuando ofreces un servicio a una persona en el mercado cómo se te ha de pagar?
Hemos visto que para que exista un acuerdo voluntario es necesario que las utilidades que se produzcan para una parte y la otra tengan una zona de coincidencia. Lo cual significa que nunca nadie te pagará más que la utilidad que la otra persona le encuentre a tu trabajo. Si hay una zona en la que la transacción es útil para ti y para quien adquiere tu trabajo, se realizará la transacción. Si no, no se realizará.
A estos efectos no importa que el intercambio se realice entre dos personas físicas, una persona física y una empresa o dos empresas en régimen de mercado. En todos los casos cada una de esas personas o entidades trata de obtener la mayor utilidad para sí.
Dice Homominimus:
“En síntesis, el mercado es estructuralmente altruista , aunque las personas que lo componen no lo sean (…)”
Y tiene razón. En el sentido de que si no hay coacción, solo se producirán aquellas transacciones que ambas partes juzguen favorables. Tu intentas satisfacer tus propios intereses, pero para ello has de asegurarte de satisfacer por el camino los intereses de los demás.
¿El mercado es malvado?
Muchos pensarán que aunque el mercado funcione así, el mercado es malvado e inhumano. Frío y sin sentimientos. Como bien dice Homominimus, el mercado es igual que los seres humanos, porque está compuesto de seres humanos. Lo expone muy bien en los comentarios:
“El mercado, los mercados son GENTE. La economía y los mercados no son más “fríos” que las personas que las forman, qué tú, que yo, que el vecino”.
En los párrafos anteriores, te estaba hablando de intercambios, y has pensado en intercambios comerciales. Pero toda interacción humana sigue el mismo esquema. Toda interacción humana libre se produce porque se satisface la utilidad de ambas partes.
Si tú quedas con una chica, es porque eso te produce una utilidad. Si ella accede, es porque eso le produce una utilidad. Si eres una chica y decides acostarte con un chico, es porque eso te produce una utilidad a ti, y también se la produce a él.
Si yo juego contigo al ping-pong, es porque eso me produce una utilidad. Si me niego a jugar contigo al ping-pong es porque eso no me produce ninguna utilidad.
El mercado no es diferente a cualquier interacción voluntaria entre seres humanos. Lo único que ocurre es que la búsqueda de la utilidad propia está menos disimulada.
Advertencia sobre la bondad del mercado.
Que el mercado sea una manera eficiente ( la más eficiente seguramente) de satisfacer las utilidades que buscan los individuos no es sin embargo necesariamente bueno. Hemos definido la utilidad como la satisfacción de necesidades buscada de manera inconsciente y con la información existente. La utilidad buscada así no ha de coincidir con el beneficio del individuo y puede ser incluso contraria. Si yo busco conseguir una botella de vodka cada noche para bebérmela, es porque lo considero útil (según esa definición tan amplia de utilidad), pero muy probablemente no sea beneficioso.
Además la limitación de la información hace que no se recompense a quien más utilidad es capaz de generar. Tú puedes ser un humorista absolutamente desconocido y con mucha más gracia que otro que sale en televisión. La gente preferiría escucharte a ti. Pero como él es conocido y llega a más personas, recibe una recompensa muy superior a la tuya, aunque tu actuación sea mejor. La recompensa del mercado no va a quien más utilidad produce, sino a quien consigue que llegue más utilidad a las demás personas.
La televisión, la publicidad e internet producen unos desequilibrios brutales en la información sobre los diversos productores de utilidad. Los personajes conocidos acaparan el protagonismo en todos los campos de la actividad humana, dejando a los que no tienen la proyección de que ofrecen esos medios de comunicación unas meras migajas. Unos segundos de publicidad en la televisión producen mucho más rendimiento que toda la utilidad que se pueda generar donde nadie la ve.
¿Es la falta de remuneración por el mercado la muestra de una falta de talento o capacidad? Obviamente no. No todas las habilidades se remuneran en función de la utilidad real, sino de la utilidad juzgada por cada individuo, que es muy diferente a la real. Y además la falta de información del mercado hace que no se juzgue la utilidad, sino la utilidad que se conoce.
Pero hasta ahora solo hemos hablado de relaciones entre individuos. Y hay más que eso.
Y entonces llegaron los grupos y el Estado.
Hasta ahora hemos hablado de individuos aislados. Pero el hombre es un animal social, como casi todos los animales.
Sería cercano a lo imposible, cubrir las necesidades esenciales de un ser humano fuera de un grupo social. Un hombre solo no podría cazar un mamut, ni podía protegerse de los ataques de los animales o de otros hombres. Así que surgieron los grupos. Y según las tareas a realizar se iban complicando los grupos se organizaron en poblados, en ciudades y en estados. No es casualidad que las primeras civilizaciones surgieran en los valles de los ríos, donde la compleljidad de las obras de irrigación requería la coordinación de los esfuerzos.
El grupo tiene una gran diferencia con los individuos aislados. Es complicado determinar el interés del grupo. En grupos pequeños el consenso podría tomarse por la voluntad general del grupo, pero según el grupo se va haciendo más grande, es necesario que sea uno, varios o la mayoría de los miembros del grupo los que decidan lo que es útil para todos.
Según cuál sea tu posición ideológica, más o menos intervencionista, creerás necesaria más o menos intervención del Estado. Si eres anarquista o radicalmente liberal, considerarás que el Estado no debería hacer prácticamente nada, si eres nacionalsocialista o comunista, creerás que la intervención debe ser muy intensa.
Parece difícilmente discutible que es necesaria una cierta intervención ( por ejemplo para establecer el orden público y evitar la violencia) y que es inconveniente la intervención pasado un punto ( a casi todos nos parece inadmisible que el estado no dejara a cada uno decididir a que profesión debe dedicarse) Me voy a los extremos para señalar que es cuestión de trazar una línea roja, y que dónde deba estar esa línea depende de la ideología de cada persona.
En cualquier caso, la aparición del grupo produce un cambio en el equilibrio de utilidades de los individuos. Hay personas que toman decisiones sin buscar su propio interés sino ( teóricamente al menos ) el interés del colectivo. Y esas decisiones se pueden imponer de forma coactiva, participando en sus consecuencias los ciudadanos con independencia de su voluntad. Si el Estado decide que hay que pagar impuestos, los ciudadanos han de asumir esa decisión lo quieran o no lo quieran. La voluntad es sustituida por la imposición.
Las sociedades y los valores.
Hay dos formas de ver las normas jurídicas. Pensar que se trata simplemente de crear unas normas que regulen lo mejor posible las relaciones entre individuos. O pensar que hay unos principios esenciales e inmutables que están por encima de la sociedad y que han de ser respetados.
Casi todos creemos que existen valores superiores ( como la libertad o el respeto de la vida humana). La diferencia está en cuántos creemos que hay, y hasta donde estamos dispuestos a llegar para defenderlos. Es un problema de muy complicada solución, porque hay que conciliar visiones muy diferentes.¿Es mejor tener una sociedad que sea más justa pero menos próspera?, ¿es mejor conceder libertad a los individuos incluso para aquello que pueda producirles daño?
Yo tengo mi opinión y tú tendrás la tuya. Si es complicado decidir donde pasar el fin de semana con un amigo, imagínate poner de acuerdo a toda una sociedad en los valores que hay que defender.
La sociedad y la libertad del individuo.
Antes he dicho que la búsqueda de la utilidad no es racional. Cada individuo no hace un análisis en hoja de cálculo de las consecuencias favorables y desfavorables de sus acciones. Las decisiones las toma de manera inconsciente. Y en muchas ocasiones un individuo decide en su propio perjuicio.
¿Cómo es posible que un individuo decida contra su propio interés?
Los mecanismos genéticos de nuestro cuerpo y nuestra mente, pensados para un entorno mucho más sencillo, se desorientan en un mundo lleno de nuevas posibilidades. Las nuevas opciones artificiales abusan de nuestro circuito de recompensa para conseguir un resultado perjudicial. Piensa en el azúcar refinado, en la pornografía, en las drogas. En esas condiciones las decisiones de un individuo buscando su utilidad pueden ser claramente contrarias a sus propios intereses.
Es una cuestión conflictiva. Creo que casi todos estaríamos de acuerdo en que no se permita a una persona suicidarse, y que también casi todos pensaremos que sería excesivo prohibir a las personas bañarse después de comer para que no sufran un shock térmico. Así que se trata de nuevo de un problema de dónde poner el límite.
Considero que actualmente la tendencia es intervencionista. Casi todos los gobiernos intentan prohibir determinadas conductas de sus ciudadanos o jugar con sistemas de incentivos y castigos para evitar perjuicios a los ciudadanos o intentar favorecer conductas más sanas.
Meritocracia entre individuos.
La meritocracia en sentido estricto es el gobierno de las personas que más lo merecen. Sin embargo en el sentido más usual se entiende meritocracia no como una forma de gobierno sino como una forma de distribución de los beneficios. En un sistema meritocrático recibe más beneficio quien más mérito tiene.
La opinión de la meritocracia dependerá de con que sistema de distribución de beneficios se compare y de qué se entienda por mérito.
Si contraponemos la meritocracia a la distribución caprichosa o por azar, supongo que pocos preferirán esta última.
El mérito puede entenderse en un sentido más estricto como merecimiento por lo que has hecho, o en un sentido más amplio como merecimiento por lo que eres, o por utilidad que produces.
Pongamos un ejemplo: yo puedo pensar que merezco recibir una gran compensación porque soy especial ( una idea sin fundamento alguno) porque he estudiado una carrera de 5 años y he investigado durante 10 más ( por lo que he hecho) o porque he descubierto la vacuna de una enfermedad muy extendida ( por la utilidad generada). Supongo que pocos defenderán la primera meritocracia y pocos cuestionarán la última.
El debate se habría de centrar por tanto en la segunda acepción de mérito. En si una persona, por el esfuerzo realizado, debería recibir una compensación.
Desde las relaciones entre los individuos, pensar que lo que has hecho te hace acreedor a recibir algo es un error muy grave. Las otras personas te valorarán en función de la utilidad que les generes. No solo los extraños, también tu pareja, tus amigos y hasta tu familia ( la protección de los hijos es la satisfacción de una necesidad de cuidar la transmisión de los genes).
Es un error muy grave pero muy frecuente. Pensamos muchas veces que nos merecemos que alguien nos ame porque hemos hecho mucho por esa persona, que nos merecemos que nuestro libro se venda porque nos ha costado mucho hacerlo, que merecemos un puesto porque nos hemos esforzado mucho para conseguirlo.
Creer en que otra persona nos debe algo por nuestro esfuerzo tiene consecuencias muy graves en nuestra vida cotidiana. Hace que no nos ocupemos de rectificar las cosas que hacemos mal, sino de criticar a aquellas personas que malvadamente no nos dan lo que deberían darnos. Nos instala en la cultura de la queja y no la de la mejora.
La formación es un paso previo para producir utilidad a los demás. Si te quedas en la formación y no generas utilidad, a los demás les dará igual la formación que puedas tener. La formación es para el otro un “coste de producción”. Y hemos visto que a los demás no les importan tus costes de producción.
¿Así que estoy en contra de la meritocracia? No, no tan rápido.
Meritocracia en los grupos.
Sin embargo hay otra forma de mirar la meritocracia y la recompensa que merece el esfuerzo. No desde el individuo sino desde el grupo.
Pongamos que soy un entrenador de un equipo de fútbol de niños. Si a la hora de jugar, doy preferencia a los niños que más se hayan esforzado, puede que además de sentirme más justo, esté favoreciendo al equipo. Cuando los niños vean que los que mejor han entrenado durante la semana son los que juegan, es muy probable que todos decidan entrenar de una manera más intensa. Al cabo de unas semanas, es muy posible que el rendimiento global del equipo sea superior.
Cualquiera que sea aficionado al fútbol sabrá que en los equipos profesionales ocurre lo mismo. A corto plazo, puede resultar más conveniente jugar con los 11 mejores jugadores se esfuercen o no se esfuercen. Al cabo de unas semanas, ese sistema basado en la mera utilidad de cada jugador se vuelve insostenible.
Lo cual no quiere decir que sea necesariamente conveniente el criterio puramente meritocrático. Ese criterio haría que todos se esforzaran más,pero quizá obligaría a prescindir de algunas piezas mucho más útiles que las demás.
La meritocracia puede ( como mínimo puede) producir un beneficio para el total del grupo.
La meritocracia en un país.
En el conjunto de un país, al igual que en un grupo, recompensar la meritocracia puede resultar conveniente. Y el mercado no lo hace.
Pero el mercado, dejado a su libre albedrío, produce a veces efectos poco deseables.
Por un lado a muchas personas el mercado les resulta injusto. Muchos somos los que pensamos que habría que establecer una corrección que haga que todos salgamos de la misma línea de partida. Es una discusión también muy delicada, porque las situaciones que hacen que tengamos una posición de partida más difícil son casi infinitas. Pensamos en el sexo, la orientación sexual o en la raza. Pero hoy en día hay diferencias que pueden ser más graves como la edad, el atractivo físico, la ubicación geográfica o la salud. Cada vez que se favorece a una persona en una determinada situación, se perjudica comparativamente a las demás personas. Hay que tratar de evitar solucionar una discriminación creando otra.
Otra cosa se puede criticar al mercado. Muchas veces las personas toman decisiones que pueden ser perjudiciales para sus intereses. Dejada la sociedad a merced del mercado, se producen situaciones como que se paga fabulosamente a las personas que juegan muy bien al fútbol o a las que consiguen ser objeto de los cotilleos de los demás. Eso puede plantear un problema de incentivos inadecuados para el resto de las personas en la sociedad.
¿Queremos una sociedad en que todos los niños quieran ser futbolistas y famosos? ¿Queremos una sociedad en que se mire por encima del hombro a quienes leen y se admire a quienes dedican su vida a contar sus amoríos a la prensa?
Soy poco partidario de intervenciones estatales. Porque el Estado no es un ente mágico que conoce las necesidades de los ciudadanos, sino un conjunto de personas con intereses muchas veces oscuros. Pero sí hay algunas actuaciones de las que soy partidario.
Se han de generar las condiciones para que todas las personas tengan las mismas oportunidades. Todos tenemos que tener las mismas posibilidades, y luego en función de lo que cada uno haga, han de existir recompensas diferentes. Eso es a la vez lo justo y lo eficiente.
Además se han de tomar las medidas que favorezcan el desarrollo de la sociedad y la plenitud de los ciudadanos. Subvencionar las universidades es una distorsión del mercado, pero una distorsión que produce una sociedad con más formación. Crear un premio literario o un galardón de pintura, también es distorsionar el mercado. Como lo es crear becas para investigadores.
Al Estado le interesa que el esfuerzo produzca algún tipo de beneficio. El esfuerzo de una persona puede que no produzca ningún beneficio que otras personas estén dispuestas a pagar, pero sí produce un beneficio para la sociedad, por el ejemplo que produce en el conjunto de la sociedad, y por las mejores aportaciones que podrá hacer al grupo ( y que quizá el mercado no retribuya). Eso es lo que se hace cuando se dan premios a los mejores estudiantes.
También tiene un efecto positivo disminuir las recompensas para aquellos que realicen actividades que estén bien pagadas por el mercado pero sean perjudiciales para la sociedad. Algunos dirán que eso es condicionar el mercado. Pero ¿no es eso lo que hacemos cuando encarcelamos a las personas que venden drogas? Como en tantas ocasiones, determinar si lo malo para la sociedad es solo vender drogas o producir telebasura, es una cuestión de dónde se traza la línea.
Quizá es una cuestión de preferencias, pero yo prefiero un país que recompense más a las personas que contribuyen a mejorar la sociedad, que a las personas que simplemente consigan crear una “utilidad” neutra o perjudicial para muchos individuos.
Todo lo humano es imperfecto.
El mercado no es perfecto. Y no es perfecto porque los individuos que lo formamos no somos perfectos y no buscamos nuestra Utilidad con mayúscula sino una utilidad inconsciente y con información escasa, que muchas veces nos produce más daño que beneficio.
Pero si el mercado no es perfecto, el Estado tampoco lo es. Tomar decisiones en aras del beneficio de la sociedad es extremadamente peligroso. Como un cirujano borracho, el estado en las manos inadecuadas puede producir un daño mayor que el que se trata de reparar. Y el estado casi siempre acaba en las manos inadecuadas. Si admitimos el argumento de que el mercado no es perfecto porque los individuos no somos perfectos, habremos de admitir también que los políticos que elegimos no son los mejores porque nuestros votos tampoco son los mejores.
Se ha de buscar un equilibrio entre las consecuencias negativas del mercado y la intervención excesiva.
El animal egoísta.
El hombre es un animal egoísta. Un animal que busca su interés en todos sus actos y en todas sus interacciones. Pero el hombre no es “el” animal egoísta. Todos los animales son egoístas. Todos los animales buscan la consecución de los fines marcados por sus genes y el entorno. Pero al igual que el hombre es el único animal que se avergüenza de su propia desnudez, también es el único animal que se avergüenza de su propio egoísmo.
Al igual que en la Inglaterra victoriana se cubría la madera de las patas de las sillas para que no estuvieran desnudas, en la sociedad actual se trata de ocultar cualquier muestra de egoísmo con un recubrimiento artificial de “buenismo”.
Negar que el ser humano es egoísta no lo hará menos egoísta. Lo que hará es que no tomemos las medidas necesarias para contrarrestar algunos de los efectos de ese egoísmo. Al igual que fue necesario ver las discriminaciones por motivo de raza para poder luchar contra ellas, es necesario admitir nuestro egoísmo para poder controlar sus consecuencias.
Y a mí qué.
Es verdad que está entrada ha sido más bien dedicada a darte mi visión de cómo funciona el mundo. Irónicamente si mi teoría es cierta y todos somos egoístas, tú estarás pensando “¿Y a mí qué me importa todo esto?”. Y la respuesta es “mucho”. Si todos buscamos nuestra utilidad, has de concentrarte en generar esa utilidad para otras personas.
Tony Robbins cuenta en un vídeo el mejor consejo que recibió nunca. “Sé la persona que más valor aporta a los demás, y nunca te faltará nada”.
Genera valor para los demás. No necesitas hacerlo porque seas un santo. Puedes hacerlo simplemente porque ,como todo animal, eres egoísta.
Fuentes:
La ilusión de la voluntad consciente:
http://evolucionyneurociencias.blogspot.com.es/2014/09/la-ilusion-de-la-voluntad-consciente.html
El sentido de la justicia evolucionó para favorecer la cooperación a largo plazo
http://phys.org/news/2014-09-human-fairness-evolved-favor-long-term.html#jCp
http://www.sciencemag.org/content/346/6207/1251776
El sentido de la justicia está influido por el propio interés.
http://medicalxpress.com/news/2014-08-self-interest-humans-inequity.html#inlRlv
Disculpa que no haya leído hasta ahora por completo el artículo. Creo
(sigue del comentario anterior)… que podamos tener diferencias de matiz, en el análisis esencial estamos de acuerdo. Este artículo me parece extraordinariamente claro y contribuye a aclarar y ampliar mucho de lo que digo en mi artículo de la meritocracia.
Si la palabra “egoísmo” la sustituimos por “seguir el interés propio” (sea este el que sea) igual sea menos difícil aceptar la “terrible” verdad. Pero cambiar una palabra no cambia el significado subyacente.
Salud.
Genial el artículo, según comentabas en el blog de HM parecía que ibas a escribir una pequeña reseña a la meritocracia, ya veo que no era así. Me parece un razonamiento muy completo, además dejás un mensaje final muy útil: “aportar valor a los demás”.
Desde hace años me califico también como una persona interesada, solo me relaciono con mi entorno por interés, por el afán de obtener una utilidad de cualquier persona, me sentía raro al decirselo a mi mujer pero ya veo que es algo natural.
Por cierto, cuando hablabas del precio de las cosas me has recordado un artículo que tengo en la recámara de borradores.
De nuevo Iván, gracias por aportar a la vida de tus lectores. 😉
Gracias Minimo Da Vinci. Espero que muestres pronto tu artículo.