¿Cuántas veces empiezas discutiendo por un tema absurdo y acabas en una especie de batalla?
¿No te gustaría que la próxima vez fuera diferente?
Cómo suelen ser las discusiones.
La mayor parte de las discusiones suelen seguir un esquema parecido. Tú tienes una opinión y otro tiene una opinión diferente. Cada uno pone sus argumentos sobre la mesa, como si fueran los soldados de un ejército con orden de avanzar hasta tomar el campamento enemigo. Y cuando te encuentras con los argumentos de la otra persona, no los escuchas, simplemente disparas tus argumentos y buscas en tu cabeza nuevos refuerzos que te puedan hacer ganar la batalla.
A veces sientes que has ganado. A veces sientes que has perdido. Pero casi nunca mejoras tu relación con la otra persona, y casi nunca aprendes nada. Como mucho aprendes a ordenar mejor tus razones para la siguiente batalla.
Por qué actuamos así.
Admito que yo caigo una y otra vez en esa trampa. En especial con mi familia. Y lo más curioso es que no es sobre cuestiones que nos importen. No son discusiones sobre valores esenciales para nadie, son discusiones tan absurdas como si es mejor el sistema educativo de Alemania o de Finlandia.
Uno toma una posición ( a veces por mero azar) y el otro toma otra. Y poco a poco los argumentos vuelan como cuchillos sin que nadie mueva un centímetro su opinión. Y tomándolo cada vez de una manera más personal.
Cuando algo le ocurre muchas veces a muchas personas, es porque hay un importante motivo detrás de ello. El motivo de que las discusiones acaben así es el ego. El ego no es una construcción artificial inventada por la sociedad, el ego es un mecanismo evolutivo de supervivencia. Un instinto que buscar mantener el “estatus”. En una sociedad primitiva, si nuestro estatus en el grupo disminuye corremos un gran riesgo de ser expulsados del grupo y morir. Por eso tenemos esa necesidad imperativa de proteger nuestro ego.
Cómo tener discusiones más constructivas.
Qué tengamos una tendencia innata no quiere decir que no podamos vencerla. Solo quiere decir que tendremos que practicar mucho. Para tener
1. El objetivo.
Antes de empezar la discusión hemos de recordarnos que el objetivo no es vencer a nadie. El objetivo es encontrar la verdad y/o mejorar la relación con la persona con la que vayamos a hablar.
Pero no siempre el objetivo es ese y no siempre se puede usar la técnica de las discusiones constructivas. Si es una negociación económica importante, lo que quieres es vencer. Si se trata de un juicio, querrás vencer. Si es una lucha clara de poder en una organización, también querrás vencer.
2. El acuerdo.
Lo ideal sería que hubiera un pacto entre ambas partes para que la discusión fuera constructiva. Pero es poco realista pensar que vaya a ser así en la mayoría de los casos. Habrás de hacerlo por tu cuenta, pero en muchas ocasiones tu actitud constructiva hará que la otra persona se sienta obligada a actuar también de forma constructiva.
3. La otra persona.
La discusión nunca se debe llevar a lo personal. Sin embargo sí que es importante que conozcas un poco las circunstancias de esa persona para poder entender mejor su punto de vista. Por ejemplo es mucho más fácil comprender la postura del que pide unas penas duras contra el maltrato animal si se trata de una persona que tiene una mascota a la que alguien haya atacado. No basta con conocer las circunstancias de la otra persona de forma racional. Es bueno que te preguntes: ¿cómo pensaría yo si estuviera en una situación semejante?
4. La presentación de tus argumentos.
Intenta presentar tus argumentos como si no fueran una verdad universal, sino una hipótesis que estás dispuesto a poner a prueba. No apuestes tu ego a que serán ciertos. La postura más adecuada es algo así como “esto es lo que creo mientras nadie me demuestre lo contrario”.
5. Recibe los argumentos de la otra persona con una mente abierta y busca lo que pueda haber de válido en ellos.
Todos tenemos prejuicios. Pero podemos intentar sobreponernos a ellos y analizar lo que la otra persona propone. No busques lo atacable de esas ideas, sino lo que se puede defender. Quizá alguna idea pueda servir si se formula de forma condicional. Puedo aceptar que A sea necesario siempre que se de el caso B.
Hace tiempo discutí con una amiga feminista sobre la prostitución. Ella defendía que se debía prohibir. Yo no estaba de acuerdo. Sin embargo después de un tiempo, ella afirmó que la prostitución estaba en la gran mayoría de los casos basada en coaccionar a las mujeres. No creo que eso sea siempre así, pero si me dio pie para encontrar en sus argumentos algo en lo que sí estaba de acuerdo: “si la prostitución se basa en amenazas, debería ser prohibida”.
Para encontrar la zona común pregunta a la otra persona. Consigue entender los matices de su idea, los presupuestos de los que parte, las cosas que da por hechas.
6. Una vez has encontrado lo rescatable de la posición de la otra persona puedes reformular la idea partiendo de lo que os une y no lo que os separa.
“Estaríamos entonces de acuerdo en que en el caso de X, sería conveniente Y”
No es necesario que esteis de acuerdo en todo, basta con que exista una parte, aunque sea pequeña, en la que podáis encontraros.
7. Si la otra persona acepta tu reformulación, puedes considerarlo como un punto de acuerdo, y puedes pasar a la siguiente cuestión. Si no la acepta, deberás seguir esforzándote para encontrar terreno común. Solo cuando directamente veas que es imposible, deberías pasar a otro punto.
8. Al final de todos los puntos, puedes resumir de manera sencilla las ideas que compartes con la otra persona. Y puedes felicitarte, no solo has aprendido, sino que has demostrado que eres capaz de valorar lo que la otra persona piensa.