Hay una cosa que no quiero hacer. No quiero inundar a nadie con métodos para aumentar el entusiasmo si previamente no hemos explorado la manera de conseguir que todos esos métodos puedan ser compatibles entre sí y se integren de manera armónica en la vida de la persona.
A lo largo de todos los caminos de crecimiento personal se van descubriendo puntos que se deberían mejorar, aspectos que conviene reforzar o cambiar del todo. Pronto nos damos cuenta de que hay cinco, seis, siete, ocho cosas que urge cambiar, y salvo aquellas personas dotadas de una inmensa paciencia y disciplina, los demás nos solemos lanzar de cabeza a iniciar un cambio radical en nuestras vidas que no suele prosperar por la complejidad de los objetivos que nos planteamos y que nos vuelve a llevar al punto de partida, con una sensación de frustración por no haber conseguido nada de lo que nos habíamos propuesto. Después de varios intentos podemos tener la sensación de que siempre volvemos al punto de partida, después del giro por una rueda en la que creemos que lo más importante es una cosa, luego otra, entonces otra más, hasta que volvemos agotados y desmoralizados al principio del camino. Es como si se produjera un eterno retorno al mismo lugar.
En la mitología griega, Sísifo había sido condenado en el Hades, al castigo eterno de subir por una ladera una piedra que después siempre acababa cayendo hasta el punto inicial, para que Sísifo tuviera que volver a subirla.
Me he sentido Sísifo demasiadas veces, he mirado demasiadas veces a la montaña sabiendo que al volver a subir la piedra, volvería a caer de nuevo, y en todas esas ocasiones hay algo que me ha obsesionado que es la búsqueda de un centro de gravedad permanente, de un lugar en el que no sienta de nuevo el giro de la rueda, o la subida interminable por la ladera, de alguna manera de agrupar todas las cosas que quiero hacer comprimiéndolas de manera que esa base sea firme y no tenga que replanteármela cada cuatro semanas.
En el post siguiente veremos algunas maneras de hacerlo.