“Supongo que ya sabes lo de Marcos” ¿Qué era lo de Marcos? No, no sabía lo que le había pasado a Marcos, pero tardé poco en salir de mis dudas.
“Murió ayer”
Es increíble lo poco que es una vida. Dos palabras y lo que era una vida joven, prometedora, abierta a todo tipo de posibilidades había acabado. Antes de esas dos palabras, lo de Marcos podía ser que hubiera encontrado un trabajo fabuloso, que hubiera abierto un bar, que hubiera discutido con su novia, que se hubiera comprado un piso.
Tan solo dos palabras después Marcos ya no era nada, tan solo un recuerdo.
Dos palabras.
Incluso podría haber sido una: “Murió”
Ayer, antes de ayer, hoy. No tiene ninguna importancia. Para un muerto todo es pasado.
Imposible no reflexionar sobre eso, aunque sepa por experiencia que es casi imposible aprender por experiencia ajena.
Un día estás y al día siguiente no. De pronto todo lo que has pensado, todo lo que has sentido, todo aquello por lo que has luchado ya no es nada.
Es como si fueras un espejo lleno de frases escritas que alguien rompe en mil pedazos. Da igual cuáles fueran las frases, da igual quién te quisiera, da igual qué planearas hacer: el espejo ya no está allí.
Tenía aprecio a Marcos, pero no podía decir que fuera mi amigo. Era, todo lo más, un conocido que me caía simpático. Pero quizá es mejor reflexionar sobre la muerte así, cuando la miras desde una distancia cómoda, desde la reflexión no contaminada por el dolor.
Pero sabes que , aunque pienses en ello, dentro de una semana, de un día, de unas horas, ya se te habrá olvidado. Hasta la próxima vez, hasta que se te vuelva a olvidar que la muerte existe, hasta que vuelvas a creer que eres inmortal. Porque lo que más nos sorprende de la muerte de los demás es el recordatorio de que también nosotros somos mortales. De que algún día yo seré Marcos, y será mi espejo lleno de frases dibujadas el que se rompa y el que ya no importe.
Reflexiono, pero no llego a ninguna conclusión. O a casi ninguna. Porque sí que tengo claro que la muerte es tan importante que condiciona todo lo demás. Que toda nuestra vida ha de estar orientada en función de la muerte.
Pero ¿cómo? Esa es la cuestión.
Yo creo que hay dos caminos. Y que elegir un camino o el otro condiciona toda tu vida.
Puedes pensar que como todo se va a acabar, es mejor disfrutar mientras estés vivo. Eso de vivir cada día como si fuera el último. O algo parecido, porque nadie puede vivir un día como si fuera el último si no es el último, porque nadie puede ir y hacerle un corte de mangas a su jefe como si fuera el último día de su vida si tiene que ir a trabajar el día siguiente. Y nadie puede dejar de ir a trabajar como si fuera el último día, si el día siguiente tiene que comer.
También hay otra posibilidad. Y es crear un proyecto de inmortalidad. Crear algo que quede detrás de ti cuando hayas muerto. Un libro, un hijo, una empresa, una sinfonía. Y cruzar los dedos para que todo eso no se vaya al carajo en cuanto tú no estés.
O quizá no es necesario elegir entre los dos caminos.
Y puedes intentar disfrutar de cada momento en su plenitud, con las personas que quieres, pero pensando también en que habrá algún día que no estés y en qué es lo que te gustaría que quedara de ti entonces.
Y si no puedes hacer ninguna de esas cosas, al menos hacerte la vida más fácil. No castigarte por los errores, no pensar en lo que podrías haber hecho, no torturarte por lo que nunca vas a ser.
Vivir. Quizá no como si fueras a morir mañana, pero sabiendo que sí que morirás algún día.
Y porque no pensar que esta vida solo es una pequeña prueba para una siguiente vida mas duradera.