La dinámica del caos y el efecto mariposa

Kokura ¿ciudad afortunada?

9 de agosto de 1945, un bombardero B-29 americano llamado Bockscar sobrevolaba la isla japonesa de Kyushu. Buscaba desde lo alto la ciudad de Kokura (actual Kitakyushu) de unos 130000 habitantes, y ubicación de uno de los principales arsenales de Japón.

Kokura había sido ya la opción secundaria del bombardero Enola Gay que tres días antes había lanzado la primera bomba atómica sobre Hiroshima. En esa ocasión se había librado, pero esta vez era la primera opción.

A las 9:45 de la mañana el Bockscar volaba a 30000 pies de altura con las compuertas de la bomba abiertas y el bombardeo Kermit Meahan buscaba solo tener una visión clara del objetivo para lanzar la bomba. Pero no la tenía. A través de sus gafas de aviación solo veía nubes grises y humo negro.

Las órdenes eran claras. No lanzar la bomba si no había una visión clara del objetivo. Por dos motivos: el primero, asegurarse de la precisión del lanzamiento; el segundo poder tomar las imágenes del hongo atómico que demostraran a Japón y al mundo el poder de la bomba nuclear. De hecho la ciudad de Kokura había sido intencionalmente librada de los previos bombardeos convencionales de Estados Unidos sobre Japón, para que los efectos de la bomba pudieran contemplarse mejor.

Pero no había visibilidad. Meahan gritó: “No puedo verlo, no puedo ver el objetivo” . El oficial al mando del vuelo, mayor Charles Sweeney, siguió las órdenes que le habían dado: “no lanzamiento, repito no lanzamiento”.

El Bockscar no se dio por vencido fácilmente. Siguió sobrevolando Kokura, pero no consiguió tener una visión clara. Los disparos de la artillería antiaérea sonaban alrededor, y el combustible empezaba a escasear. Después de dar dos vueltas a la ciudad, el mayor Sweeney dio orden de seguir hacia el destino secundario.

A las 11:00 am el Bockscar lanzó la bomba de plutonio llamada “Fat Man” sobre la ciudad de Nagasaki, matando de inmediato a 80000 personas.

Una circunstancia mínima, la mala visibilidad en una mañana de agosto, había cambiado el destino de dos ciudades.

Esta historia es un ejemplo del llamado efecto mariposa.

Por: flickr.com/photos/donotlick/4745145842/

El efecto mariposa

Aunque hay otras referencias previas semejantes, la formulación del efecto mariposa se debe al meteorólogo y matemático Edward Lorenz (1917–2008).

En los años 50, Lorenz trató de combinar matemáticas y metereología para predecir el clima.

En un experimento sobre el clima, Lorenz introdujo como cifra inicial 0,506,  en lugar de 0,506127.  Para su sorpresa, el resultado fue totalmente diferente. Un pequeño cambio en las condiciones iniciales, tenía unas inmensas connotaciones a largo plazo.

Por: flickr.com/photos/jolives/2966373753/

Así Lorenz llegó a la conclusión de que los modelos de predicción del clima son inseguros, porque es imposible saber las condiciones de inicio exactas  y cualquier pequeño cambio puede alterar mucho los resultados.

Para explicar esta idea, Lorenz usó la metáfora de la mariposa. El aleteo de una mariposa puede producir un pequeño cambio en la presión atmosférica, y ese pequeño cambio lleva a otros cada vez más grandes, hasta poder llegar a alterar la trayectoria de un tifón.

Es esencial entender que Lorenz no habla de actos voluntarios. No dice que haciendo una cosa pequeña se pueda cambiar un resultado muy grande. Habla de sucesos aleatorios ( y alados en el caso de la mariposa). De un hecho que no puede conocerse antes de que ocurra ni determinarse una vez que haya sucedido.

El demonio de Laplace y la fantasía del control

A principios del siglo XIX, Pierre-Simon Laplace suponía que todo está compuesto de átomos cuyos movimientos se regían por las leyes que Issac Newton descubrió en el siglo XVII. Laplace imaginaba un demonio de inteligencia infinita que conocía la posición y velocidades de todas las partículas del universo en un momento determinado, y todas las leyes de la naturaleza. Y según Laplace, este demonio podría calcular las posiciones y velocidades de todas las partículas en cualquier momento del futuro.

En el fondo esa idea de Laplace ha estado presente en la ciencia durante mucho tiempo. Creíamos que si desnudábamos lo suficiente la realidad, conoceríamos todos sus secretos y podríamos predecir el futuro sin posibilidad de error. Cuestiones como la mecánica cuántica o los sistemas complejos demuestran que no es así.

Pero a veces seguimos pensando que investigando todas las circunstancias de la realidad que nos rodea podemos predecir lo que va a ocurrir. El resultado de un examen, de un partido de fútbol, de la cotización de una acción.

Estamos acostumbrados a entornos simples en que un hecho lleva a un resultado. Un grifo que se abre lleva a que salga agua. Un interruptor que se pulsa lleva a que salga luz.

Pero la mayor parte de la realidad no es así. El mundo es tan complejo que basta el aleteo de una mariposa, una diferencia de un segundo, un grado más de temperatura para cambiarlo todo. 

Quizá tenemos que aceptar que nunca vamos a poder conocer el futuro. Y tener cuidado con las mariposas. O disfrutar de ellas, porque, como ocurrió con la ciudad de Kokura, quizá el aleteo de alguna nos libre de la muerte.

 

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