No hay nada que nos guste más a los seres humanos que comer sardinas.
Las cosas que hacemos para comer sardinas.
Ya. No a todo el mundo le gustan las sardinas. A mí de hecho no me gustan. No me gusta prácticamente ningún pescado, salvo aquellos que no saben a pescado. Pero no me refiero al pescado cuando hablo de sardinas.
Tengo un amigo bastante gracioso. Tiene una broma que siempre me ha gustado para las ocasiones en que alguien hace algo y empieza a reclamar reconocimiento. Por ejemplo cuando un amigo encuentra un lugar que habíamos estado buscando, o cuando cuenta alguna historia en la que sale triunfador.
Cuando eso ocurre, mi amigo se ríe y sosteniendo en sus manos una imaginaria sardina, la coloca encima de tu boca como haría el entrenador de una foca, mientras dice “toma…tu sardinita”.
Recompensas efímeras e intangibles.
Muchas veces pensamos que nos movemos por nuestro deseo de bienes materiales, de posesiones, de sexo, de dinero o de poder. Pero en realidad lo que nos motiva no es tanto eso como el reconocimiento que hay detrás. Somos unos yonquis de la dopamina.
Piensa en cuantas veces has dedicado mucho esfuerzo a obtener una sardina invisible. Piensa en cuantas ocasiones has pretendido quedar por encima de alguien para sentirte un poco mejor ( derrotas disfrazadas de victoria).
Hay algo dentro de nosotros que nos lleva a buscar esas sardinas. Un impulso intenso e incansable. Pero hemos de vigilarlo, para no terminar dando saltos por los aros que quiere la persona que tiene la sardina.
Hace poco llegué a tu blog y debo asmitir que me ha encantado lo poco que hé leido. Gracias por compartir esa experiencia.
Ahora si, con relación a esta entrada, mientras leía recordaba esas veces en que uno “pide la sardina” y es raro ver lo que uno es capaz de hacer o decir con tal de obtenerla. De alguna manera uno es más feliz no pidiendola o dejando que otro se la lleve.
Uno es más feliz si hace eso Leo, pero ¿verdad que resulta muy difícil perder esa costumbre?
No le podemos llamar a eso “Ego”? creo que la sardina invisible alimenta directamente nuestro ego, como toxicómano inyectándose un chute directo de heroína en la vena.
Sí, es nuestro ego. Lo que pasa es que me gusta la imagen de la sardina. A veces una imagen más divertida nos ayuda a recordar una idea.
¡Qué bueno, Iván! Tal cual. A mí tampoco me gustan nada las sardinas, pero a partir de leerte este post voy a incluirlas en mi dieta. ¡Gracias!
Lo tuyo es más grave, teniendo en cuenta dónde vives eh, jejeej.